Aunque parezca mentira, por lo absurdo e irracional que es, las inmobiliarias defendieron, hasta el último momento, el principio de que los precios de las viviendas siempre irían para arriba. Consideraban, igualmente, que nunca habría razones para no poder vender una casa por un precio más caro de lo que al vendedor le había costado. La avaricia era tan ciega que muchísima gente se lo creyó y compró casas para especular. Incluso lo creyeron hasta los alcaldes y ediles municipales, los promotores, los dirigentes de los bancos y cajas de ahorro y hasta algún que otro corrupto político y responsable, a su vez, del área económica.
Pero pronto se caerían todos del burro, pues cuando empezaron a producirse ciertos problemas con las ventas de pisos, y el ritmo de construcción resultó muy superior al de las ventas, aunque estuvieran cegados por la codicia, es cuando comenzaron a darse cuenta de que los problemas que se les venían encima, eran extremadamente graves. Una vez más, los nenúfares de la codicia no lograrían impedir que surgiera del fondo cenagoso de la podredumbre financiera, la flor de loto liberalizadora de las miserias y vicios de los mortales.