En la próxima década veremos un gran número de cambios espectaculares. Los signos de expansión y de apropiación tecnológica se materializarán en torno a nosotros, y lo harán a nivel exponencial.
Nuestra generación es la primera en la historia que tiene necesidad de actualizar sus mapas mentales, y lo ha de hacer durante el tiempo que dura una sola generación. Ahora es cuando constatamos que, a una velocidad increíble, los antiguos modelos educativos se están convirtiendo en obsoletos.
Este hecho significa un gran reto, no sólo a la hora de aprender, sino también a la hora de tener que desaprender todo aquello que ya no vale. Un ejemplo esclarecedor de todo esto es el hecho de que esta generación puede ser que sea la última que necesite aprender cómo conducir un coche.
Todos estos cambios son tan dramáticos que están destrozando nuestras referencias contextuales, muchas de las nociones que nos aporta la educación e, incluso, la misma condición de estar ya formados. De pronto, nuestros conocimientos se han vuelto obsoletos e insuficientes como para alimentar una carrera profesional de varios decenios.
Es obvio que el futuro del trabajo consistirá en dotarse de la necesaria agilidad de aprendizaje y de cooperar en el seno de una interfaz profunda entre los seres humanos y las máquinas. A su vez, la clave del crecimiento económico radica en las habilidades y el talento de su gente, su capital humano.
A la hora de reinventar el sector educativo reforzando la coherencia entre la educación y el empleo, debemos de tener en cuenta que existen dos puntos de presión importantes sobre la cadena que forma la educación, las habilidades o competencias y el capital humano.