El maniqueísmo, aún en su versión más culta, es un gran productor de estereotipos falsos. Llega a convertir la realidad en un mundo simple donde sólo hay lugar para los buenos y, sus antagónicos, los malos. Sólo aprecia los colores blancos y los negros, menospreciando la belleza que aportan los matices grises. El resto de colores quedan prohibidos en un mundo que tampoco está para perder el tiempo endulzándose de poesía. Es incluso hasta una manera de pensar machista que huye de toda forma de tacto y de cortesía.
Tal simplismo provoca una serie de aberraciones en la realidad que más tarde nos impedirá distinguir entre lo que es verdad y lo que es mentira. Además, conlleva que tengamos que trabajar con un razonamiento muy poco inteligente por lo reducido y escaso que resulta. Lo más grave es que esta forma de pensar tan simple nos hace errar mucho en nuestras apreciaciones acerca de los hechos que ocurren. Cuando se yerra en las apreciaciones de los hechos también se suele errar en los juicios y/o diagnósticos que hagamos, lo que influirá seriamente en el mayor o menor acierto de nuestras apuestas estratégicas.